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Semblanza del Artista

"Una biografía nacida desde la experiencia, no desde la academia".

 

Orígenes y primeros impulsos creativos

René Garruña es un artista visual multifacético, nacido en Xalapa, Veracruz, en 1969. Su camino artístico no siguió rutas académicas tradicionales, sino que emergió desde la experiencia personal, la sensibilidad cotidiana y una necesidad vital de crear. Desde la infancia, el arte fue para él una forma de entender el mundo y de sostenerse emocionalmente frente a la adversidad.

Su formación profesional se gestó en la contaduría pública, educación y comunicación, mientras que en el arte fue esencialmente autodidacta y nacido desde la experiencia. Desde niño mostró un vínculo instintivo con la creación. El arte fue para él un refugio: transformaba tapas de cocina en batería, copiaba a mano las letras de artistas como José José para cantarlas, dibujaba personajes de revistas hasta memorizarlos, y desarmaba objetos para entender su funcionamiento. Tuvo la fortuna —o quizá la necesidad— de inventar sus propios juguetes: a los siete años fabricaba trompos y baleros con un torno en una carpintería cercana a su casa, asumiendo riesgos que hoy parecen impensables.

 

Hacía papalotes (cometas) que después vendía a sus vecinos como respuesta a la falta de recursos, y convertía objetos comunes en instrumentos o juegos. Tallaba madera, modelaba en plastilina, reciclaba materiales para darles una segunda vida. El impulso creativo estuvo siempre presente, incluso cuando otras responsabilidades lo alejaron por momentos de una práctica artística constante.

Durante 18 años, la música ocupó un lugar central en su vida, hasta que circunstancias de salud lo llevaron a tomar la decisión de abandonarla (por un tiempo). Fue una renuncia obligada que lo impulsó a reorientar su energía creativa hacia el ámbito educativo universitario, donde fundó una institución y asumió la rectoría durante doce años. Desde entonces, paralelamente, ha explorado otras disciplinas —como la escultura, la cerámica, el diseño sonoro y el cine documental— para expresar su mirada sobre el mundo.

 

El arte como búsqueda sincera

El arte se ha vuelto una fuerza expansiva e irreversible en su vida: no como una actividad fragmentada, sino como una presencia que lo atraviesa todo. Su práctica no sigue una lógica de taller horario, sino la de una pulsión vital que invade con gozo y determinación cada espacio disponible. En esa entrega silenciosa, cada obra adquiere un valor íntimo y auténtico.

Su trabajo nace de la reflexión, del silencio, del deseo de comprender lo humano. No busca producir en serie ni responder a tendencias: cada pieza es el resultado de una búsqueda sincera. Le interesa que el arte provoque preguntas, que conmueva, que deje huella. Que sea una experiencia más que un objeto.

 

No se piensa como “artista” en un sentido institucional, sino como alguien que crea porque no puede evitarlo. Su obra es, al final, una forma de mantener viva una promesa: la de dedicarse, cada vez más, a lo que realmente lo transforma.

 

Y quizá —si hay alguien leyendo estas líneas con el corazón expuesto— podríamos decir que esta historia no le pertenece a un nombre propio, sino a una fuerza más profunda.

A veces, simplemente, al Alma y al Espíritu.

Semblanza
Declaracion

Declaración del Artista

"Un manifiesto íntimo sobre la creación, la ética y la libertad".

Creo desde el desbordamiento: desde la experiencia vital, desde la emoción que busca materia. Creo como quien necesita hacer justicia con sus propias manos, transformando heridas pasadas en lenguaje visual. La observación de lo humano —sus carencias, contradicciones, pero también su belleza y potencia— es el origen de todo lo que hago.

 

El arte, para mí, no es evasión, sino una sensibilidad aguda hacia lo que nos atraviesa, nos conmueve o nos hiere.

 

Estar frente a una obra en proceso es una de las experiencias más intensas que conozco. Es como ejecutar un concierto en solitario: vibrar con cada color, cada forma, cada tensión.

 

Pero no todo es placer. A menudo aparecen la frustración, las dudas, los errores que primero surgen en la mente, algunos se corrigen allí mismo; pocos llegan al lienzo. No avanzo a una nueva sección hasta que el cerebro y la mano hayan conciliado. Y cuando eso sucede, aparece el gozo: no porque la obra sea perfecta, sino porque es honesta.

 

No me siento atado a una estética ni a un concepto fijo. Cada obra surge desde una necesidad distinta: a veces desde la calma, otras desde el conflicto o la intuición. Puedo moverme entre la armonía y la contradicción, entre lo bello y lo incómodo, según lo que cada proceso me exija. Me interesa mantenerme libre, permitir que la obra elija su propio lenguaje, y quizás también a su propio público.

No busco que el espectador simplemente contemple; aspiro a que mi obra active algo: una pregunta, un estremecimiento, una reflexión o incluso una incomodidad. Para mí, una obra que no provoca nada y es indiferente es una obra fracasada. Prefiero el riesgo de agitar conciencias al confort de lo decorativo. El arte que me interesa es aquel que puede conmover, mover o incluso romper una zona de confort; que abra espacio para pensar, sentir y, con suerte, transformarnos un poco.

Mi proceso está guiado por una ética creativa que he ido afinando con los años y que cristaliza en el “Manifiesto Arteograma”. Concibo esta herramienta como una especie de electrocardiograma artístico: un modo de diagnosticar las pulsaciones simbólicas de una obra, identificar su densidad y entender cómo se mueve en el espectro entre lo técnico, lo estético, lo conceptual y lo cultural. Me sirve no solo para calibrar como pulsa en mí, sino para intuir cómo podría pulsar en la sociedad.


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